Día 365+330
Comentando lo que me despierta la
lectura de:
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
Una
de las creencias que tenemos en relación con la vida sexual es que esta debe
ser con ternura y lenta, que todo aquello que sea arrebatado, brusco o “sádico”
es innatural, que no es propio de un hombre o mujer educado, civilizado,
coherente sino que con esto se tiende a la locura, el sadismo, el desenfreno y
lo insano. Pero como bien lo dije desde el principio, es sólo una creencia, que
como cualquier otra, la podemos cambiar o modificar si logramos ver al dolor
desde otro punto de vista.
“[…] El dolor
forma parte normalmente del frenesí erótico […] y sabido es que lo exquisito y
lo doloroso se tocan […] Abrazar lleva fácilmente a morder, pellizcar, arañar;
estas actitudes no son generalmente sádicas; expresan un deseo de fusionar, no
de destruir; y el sujeto que las sufre tampoco busca renegarse y humillarse,
sino unirse […]”(p.339)
Si penamos que el dolor que se puede dar al ser amado en
una relación sexogenital no es con el propósito de lastimar sino de unir, la
concepción cambia, pero tampoco creo que sea fácil lograr este grado de
excitación y deseo por el otro que nos lleve a tener arrebatos violentos como
morder, arañar, etc. Creo que para que esto se logre placenteramente debe de
haber un número de condiciones que lleva a la total y absoluta entrega de los
amantes en este momento, a tal grado que nada ni nadie importa en ese instante.
Si alguna vez has experimentado el dolor desde el erotismo comprenderás de lo
que hablo, y que no se trata sólo de experimentar golpeando, sino que es una
entrega mutua de los amantes.[1]
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