sábado, 27 de julio de 2013

Acostumbrados a no estar solos

Día 365+136
Comentando lo que me despierta la lectura de:
Muñoz Molina, Antonio: El dueño del Secreto. España,
Espasa Calpe, 1999.



El vivir y convivir con alguien, se supone que tendría que ser una de las cosas más naturales del planeta, pero no es así. El tener que compartir con otro nuestro espacio, es más complejo de lo que nos imaginábamos, aún siendo nuestros padres o hijos, porque nos queremos sentir dueños de nuestro territorio; proclamamos y exigimos nuestra privacidad a costa de lo que sea.


“[…] Las dos o tres primeras noches disfruté de estar solo, de no aguantar sus bromas rústicas ni sus tentativas de adoctrinamiento maoísta, pero muy pronto, como todavía ahora suele ocurrirme, la soledad me desarmó hasta ese grado peligroso en lo que a uno le extraña el sonido áspero de sus propia voz y le da miedo hasta bruzar una palabra con cualquier desconocido.[…]" (p. 95)



Pero cuando nos quedamos solos, pero verdaderamente solos en casa, nos sentimos mal, desesperamos, desolados, tristes; por lo menos esto nos pasa en las primas ocasiones, porque no dudo que con el paso del tiempo, podamos a llegar a disfrutar nuestra soledad, pero no creo que sea tan sencillo como lo pensábamos, como le pasó a este personaje de mi libro que cité antes. [1]









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